10 de mayo de 1774: dos vidas extraordinarias confluyen en la convulsa Francia del momento: la reina María Antonieta y Rose Bertín
De familia humilde, Marie-Jeanne Bertín con tan sólo dieciséis años y tras haber cambiado su nombre por el más delicado Rose, decide trasladarse a París donde se convierte en aprendiz de Mademoiselle Pagelle, una exitosa sombrerera que cuenta con una selecta clientela perteneciente a la alta sociedad. Tras un largo aprendizaje, a la edad de veintitrés años, Rose decide abrir su propia tienda de complementos llamada “Le Grand Mogol”. Allí vende sombreros que llaman la atención de la duquesa de Chartres quien le presentará a sus mejores clientas, entre ellas a la propia reina de Francia.
Una jovencísima María Antonieta de diecinueve años, para quien nada era, ni lo suficientemente extravagante, ni lo suficientemente exquisito, quedó prendada del trabajo de Bertín a quien proporcionó un cuarto dentro del Palacio de Versalles para que pudiera trabajar sus diseños. Así que Rose, ocho años mayor que la soberana, acudía a menudo a esta pequeña estancia llamada “Méridienne” para elegir los nuevos modelos que luciría la reina. Aparte de sus encuentros regulares, ésta exigía su presencia para los arreglos de última hora y los retoques precisos en los vestidos a medida. Se veían tan a menudo que Bertín terminó alquilando un apartamento en la corte, y debido a la enorme similitud de gustos permanecieron juntas casi veinte años; María Antonieta proponía y Rose disponía…
Con la colaboración del peluquero Léonard Autié, crearon los estilismos más excéntricos e icónicos que se recuerdan y que se convirtieron en tendencia. Versalles era “glamour” y la soberana siempre deseaba ser la mujer más bella y elegante de Francia, así que las creaciones de esta “couturier” se convirtieron en las más codiciadas. Londres, Venecia, Viena, Lisboa… sus diseños viajaban con sus muñecas “Pandoras” por todas las cortes europeas haciendo perder la cabeza a gran parte de las aristócratas del momento. El prestigio de la “divina Bertín” no paraba de crecer y la reina la convierte en “Ministra de la moda”.
Con tal compenetración, ambas, no sólo determinaron ese exuberante y excesivo estilo rococó que tanto nos sorprende, sino que además, y en contrapartida, también supieron ser las artífices de una nueva moda más liviana. Cuando María Antonieta, cansada de la vida de la corte, se retira a su pequeño palacete privado “Le Petite Trianon”, Bertín crea para ella un nuevo vestuario mucho más relajado. Sustituye los pesados brocados por delicadas telas y los complicados peinados por graciosos sombreros de paja, que la reina solía llevar en sus juegos pastoriles.
La simplicidad de esta vestimenta en comparación con los ostentosos trajes de la corte causó un gran escándalo, pues no se consideraba adecuado que la reina se mostrara tan ligera de ropa como aparece en el óleo que Elisabeth Vigée le Brun pintó en 1783. Sin embargo, y como suele ourrir, las mismas damas que criticaban tal osadía se hicieron de inmediato con atuendos parecidos. Y no sólo eso, ese sencillo vestido blanco llamado “Chemise á la reine” revolucionó totalmente la moda, al igual que la Revolución francesa trastocó el orden establecido.
Rose Bertín y María Antonieta contribuyeron, de esta forma, a liberar a la mujer de los preceptos de la peculiar sociedad de las apariencias que les tocó vivir. Y no sólo eso; ellas fueron las primeras en entender la moda de una forma que todavía permanence hoy en día. Como una vez le dijo Rose Bertín a María Antonieta: “Sólo es novedad aquello que hemos olvidado”. Y el tiempo le ha dado la razón…
Rose Bertín (1747-1813) y María Antonienta (1755-1793)
John Galliano para Dior (2000) y María Antonieta con su famoso vestido “Chemise á la reine” Óleo de Elisabeth Vigée le Brun (1783)