A comienzos de la década de 1660, los franceses no eran considerados ni elegantes ni sofisticados. Sin embargo a finales del siglo XVII, toda Europa ya los aceptaba como indiscutibles árbitros de estilo. ¿Cómo pudo suceder esto en tan poco tiempo?
La respuesta tiene un nombre: Luis XIV. Nacido en 1638, con tan sólo cuatro años, sube al trono siendo regente su madre, la española Ana de Austria. Educado en la religión católica e influenciado por el cardenal italiano y primer ministro Mazarino, el pequeño Luis crece rodeado de lujo, de una estética refinada y de cierta escenografía religiosa, que años más tarde reflejará en su magnífico Palacio de Versalles. En sus salones, Luis XIV brilló como “el Rey Sol” resuelto a hacer desaparecer toda nube que pudiera ensombrecer el cielo de Francia y como el único soberano capaz de recoger el testigo del agonizante imperio español.
Amante del lujo, la etiqueta y el refinamiento, Luis XIV fue un gran patrocinador de las artes y un creador de modas. El uso de mangas adornadas de ricos encajes venecianos o el uso de zapatos de tacón fueron tendencias creadas por él e impulsadas por sus cortesanos a través de toda Europa. Al Rey Sol le gustaban especialmente los tacones de color rojo que se convertirán en un signo exclusivo de prestigio, al igual que actualmente las suelas rojas de la marca parisina Christian Louboutin se consideran objeto de deseo.
Otra moda impulsada por este rey fue el uso de grandes pelucas de cabello natural. En aquellos tiempos una larga melena en los hombres era símbolo de estatus entre la élite europea, pero el monarca a los diecisiete años ya había comenzado a perder el cabello, y vanidoso como era, no iba a tolerar que Francia tuviera un rey calvo. Así que una gran variedad de postizos capilares eran confeccionados exclusivamente para él. Por supuesto sólo su peluquero personal podía verlo sin peluca.
Pero más allá de la influencia que Luis XIV haya podido tener en la vestimenta de la época, hoy en día, se le considera el monarca francés más poderoso de todos los tiempos. Él decidió que Francia sería diferente de sus rivales europeos, que su nación se convertiría en una superpotencia con el mercado del lujo, y lo consiguió. “Hazlo elegante y caro”. Bajo este lema se reinventaron los cafés, los restaurantes, las tiendas… y París se transformó en la meca del “glamour”.
Distinguidas mujeres que nunca hubieran pisado antes una vulgar “cafetería” frecuentaban ahora exclusivos cafés con mesas de mármol, candelabros de cristal y elegantes espejos para lucir y observar los atuendos a la última moda. Y las mismas reglas del juego intervinieron en la que pronto sería considerada una típica profesión francesa: la de peinar a gente rica y famosa. Una profesión que si bien antes se ejercía dentro de los domicilios, ahora salía a la calle con establecimientos donde las personas más adineradas podían presumir de un peinado a la última moda.
El placer de comprar es otro ejemplo de la ola de creatividad que arrasó Francia. Con Luis XIV las tiendas, que antes eran meros depósitos de mercancías, se convierten en hermosos espacios decorados donde la ostentación resultaba tan deslumbrante que los compradores perdían totalmente la cabeza, especialmente los jóvenes nobles ingleses, que con su fama de grandes vividores convirtieron la ciudad de París en su destino favorito. Ellos fueron los primeros en experimentar el turismo en el siglo XVII. Y precisamente en un intento de dar a conocer las maravillas de la capital francesa, se publicaron las primeras guías de viaje modernas.
Puede que actualmente pensemos que no tenemos nada en común con aquellos hombres y mujeres de la Francia del siglo XVII. Pero nada más lejos de la realidad; aquella filosofía de la época, basada en el valor estético de los objetos, nunca ha estado más viva entre nosotros; cenar en un exquisito restaurante, comprar algún complemento de moda en una tienda elegante, saborear un delicioso plato acompañado de champagne… Luis XIV sabía que la posesión de objetos únicos y exclusivos nos hace sentir especiales y superiores; por eso convirtió las simples cosas cotidianas en momentos versallescos.
Y ese toque mágico francés sigue tan vivo entre nosotros como hace trescientos años…
Con Luis XIV (1638 – 1715) nace el imaginario de París y lo francés: la cocina, la moda, los cafés, las joyerías, las luces de ciudad, los paseos, las compras, los perfumes, las fiestas…
Todo lo soñó este rey antes que el común de los mortales