Con el nombre de Inuit, que en idioma aborigen significa “la gente”, se designa a distintos pueblos que habitan las regiones árticas de América y Groenlandia, cuyos orígenes se encuentran en Siberia, al noroeste de Asia.
Salvo esporádicos contactos con los vikingos en el siglo X, y con exploradores rusos, británicos y americanos a partir del siglo XVII, los inuit han estado siempre aislados del mundo hasta el período moderno, formando un reducto viviente de la época paleolítica. Estaban consagrados únicamente a la caza y la pesca que les procuraba todo lo que necesitaban para subsistir: el alimento, y el calor de esa vestimenta que han estado llevando desde hace milenios; el traje de piel. Con una sabiduría, una lógica y un arte que no deben a nadie, trescientos siglos antes que nosotros, los antepasados de los inuit ya habían descubierto como impedir que el frío glacial exterior penetrara en su cuerpo.
Igual que en la actualidad se fabrica el doble acristalamiento consistente en dos espesores de vidrio separados por una capa de aire, los inuit, en el alba de los tiempos, ya confeccionaban indumentarias dobles capaces de aislar el cuerpo del frío y la humedad. Para ello contaban con el material ideal puesto generosamente a su alcance por la naturaleza: la piel de caribú.
Con una ingeniosa técnica utilizaban el pelaje más largo de este animal como capa exterior y en sentido descendente, para que la nieve pudiera deslizarse con facilidad y actuar de primer aislante contra el frío. Por el contrario, la capa interior, formada de un pelaje más corto y ligero, pegado al cuerpo desnudo y en sentido ascendente, servía para retener el calor corporal y evacuar la transpiración hacia el escote. Entre estas dos capas, cuero contra cuero, la milagrosa capa de aire que no puede escaparse. De igual modo, bordeando la amplia y profunda capucha, una banda de piel de zorro, formando un doble espesor, impide que el calor del cuerpo escape y el frío penetre.
Las botas, constituyen igualmente otra obra de ingeniería; formadas por la unión de diversas pieles perfectamente escogidas, responden a diferentes tensiones y desgastes en cada punto preciso. Además utilizan un tipo de cosido especial para su unión, pues la menor infiltración de agua basta para que en pocos minutos su portador se encuentre con los pies y las piernas irremediablemente congelados. Se puede afirmar que su perfección en la costura de las pieles nunca ha sido igualada en los anales de los trabajos de la aguja.
Gracias a estas prendas, los inuit podían trabajar durante horas a la intemperie, aunque su mantenimiento exigía de atenciones diarias; además de realizar los arreglos necesarios había que secarlas y tratarlas constantemente. Y de ello se encargaban las mujeres, que mascaban las pieles para suavizarlas y les aplicaban aceite de pescado o de foca para producir algún tipo de curtido.
También sorprende el carácter espiritual de sus prendas, pues las diversas partes de la peletería son utilizadas según la misma lógica de la naturaleza; así por ejemplo, la elástica piel de los “hombros” del caribú, no puede encontrar mejor sitio que los hombros del ser humano. De la misma forma, que la piel de las patas delanteras se convierte en manoplas y la de las traseras en botas. Con frecuencia también se adornan las capuchas con las orejas del caribú para que la finura de su oído esté al servicio del cazador y le permita comprender de forma instantánea el lenguaje de la naturaleza.
Para este pueblo, las almas nunca mueren, así que si el pecho del caribú cazado se inscribe sobre el pecho de la persona que lo lleva “el gran corazón del animal sigue latiendo”. Como otras criaturas, los inuit se consideran una parte de la naturaleza y como tal son responsables de su funcionamiento. Con esta premisa, su esencia y tradiciones, transmitidas a través de los siglos, continúan siendo parte importante de su cultura, que ha sabido adaptarse al entorno sin transformarlo.
