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Beau Brummell ¿Bello entre los bellos?

Beau Brummell Bello entre los bellos
Collage de Susana Loureda   @collage_errante

Durante el siglo XVIII, mientras  los franceses desarrollaban una moda cortesana, de seda y encajes, en consonancia con la  vida de la nobleza en Versalles, los ingleses, que  eran poco dados a revolotear en torno a la Corte, desarrollaron una moda práctica, pues preferían pasar el tiempo en sus propiedades campestres. Eliminaron todo tipo de bordado en sus casacas, prescindieron de los volantes, sustituyeron las delicadas medias por resistentes botas y  cambiaron el sombrero de tres picos por una forma muy rudimentaria de “chistera”.

Esta forma de vestir “a la inglesa” se hizo muy popular en la Francia de la Revolución, pues en ese momento llevar cualquier tipo de vestimenta que recordara a la nobleza se convirtió en algo peligroso. Así que aquellos que habían sobrevivido a la guillotina empezaron a vestirse según sus gustos.  Y lo que les gustaba llevar en ese momento era una versión exagerada de los “trajes de campo ingleses”.  

Esta  moda masculina más cómoda y práctica dio lugar a la adopción de una forma de vestir más acorde con los nuevos ideales comerciales e industriales de la sociedad burguesa del siglo XIX.  Ahora, las actividades más importantes de un hombre ya no tenían lugar en los salones, sino en los talleres, despachos y oficinas, lugares asociados por tradición a una vestimenta sencilla. A esto hay que añadir la pericia de los sastres ingleses, acostumbrados a trabajar la lana. Este tejido, a diferencia de la seda y otras telas ligeras, podía estirarse y moldearse en torno al cuerpo creando un efecto ajustado que se convirtió en la esencia del dandismo. Precisamente, George Brummell, el iniciador de esta corriente caracterizada por una suprema distinción en la vestimenta masculina, se enorgullecía de que su ropa no mostrase ni una sola arruga y de que sus pantalones se ciñesen de forma impecable a las piernas, como si se tratase de una segunda piel.

Brummell, siempre delicado y cautivador, un burgués tan refinado y sofisticado que incluso la realeza parecía vulgar a su lado, fue considerado el hombre más elegante y mejor vestido de Inglaterra. Con él nace la sastrería masculina contemporánea; corte impecable, colores sobrios y perfecto arreglo de la corbata. Hay una historia muy conocida sobre un cliente que visitó a Brummell a media mañana y se encontró a su ayudante de cámara componiendo su corbata. En el suelo había un gran montón de corbatas deshechas y cuando el visitante preguntó qué era aquello, el hombre respondió: “Señor, estos son nuestros fallos”.

La nueva elegancia masculina ya no se basaba en el lujo aparente, sino en una autenticidad basada en la discreción; “si alguien se da la vuelta para mirarnos, es que no vamos bien vestidos”  o  “poner el mayor de los lujos al servicio de la menor de las ostentaciones” son frases famosas de Brummell que todavía definen la elegancia actual.

Pero no nos engañemos; si bien Brummell vestía de forma discreta, su comportamiento no lo era en absoluto; conocido como el poeta de la sastrería, su ingenio, su desparpajo y sus desplantes, con la soberbia necesaria para mantener su imagen de superioridad, se hicieron inseparables de su porte; era capaz de interrumpir una fiesta para quejarse de que no había agua caliente en el baño o pedir sidra si en otra velada no le había gustado el champán del anfitrión.

Pero paradojas de la vida; este mismo desparpajo mundano que lo convirtió en figura de referencia en el  Londres social de los clubes y la ópera, fue el  mismo que más tarde lo hundiría en la miseria  al abusar de la confianza de su protector, el Príncipe de Gales.

Encarcelado por deudas, los últimos años de Brummell navegaron por la pobreza y coquetearon con la locura, para terminar muriendo en una habitación pagada con la caridad ajena. Pero para entonces, Brummell ya sabía que su don “saber vestir” le haría inmortal.

Él nos enseñó que la primera impresión que damos es por la forma en que estamos vestidos. No por ostentación, no por el despliegue de riquezas, sino por la elegancia. Esta impresión persiste en la memoria de los otros y guarda más implicaciones que las que pensamos. Y este secreto se lo debemos a él, al rey de los dandis.

George Bryan Brummell

George Bryan Brummell  (1778-1840)